Giovanni Blossierts recibió el papelito que le extendió un niño junto a un “Dios lo bendiga”, sin saber que ese folleto le cambiaría su vida.
Las tardecitas de Buenos Aires para este peruano llegado a la Argentina en diciembre de 2004 no tenían “ese no sé qué” del tango “Balada para un loco” compuesto por Astor Piazzolla y Horacio Ferrer: su vida al filo de los 40 y tras 20 años de caminar los senderos zigzagueantes del alcohol se reducía a conseguir algo de vino para “estabilizar” su cuerpo.
Giovanni vagabundeaba por la plaza Garay, en el barrio porteño de Constitución, mientras esperaba recibir monedas hasta juntar las necesarias para comprarse “un cartón de vino”.
“Yo era un hombre que vivía en la calle de tanto drogarme y alcoholizarme, aunque tenía casa”, recordó este hombre de 42 años.
El pan cotidiano era “cartonear y luego abrir las bolsas de basura porque no tenía para comer”, relató, al recordar el día cuando recibió un folleto que le hablaba de la nueva vida en Cristo pero cuyo contenido quedó en la nebulosa de sus neuronas heridas.
“Se me acerca el pastor de la iglesia con un hermano y no les recibo nada, pero un niñito de cinco años vino con un folleto y en mi borrachera lo vi tan tierno que me puse a llorar”, rememoró. El gesto y la vocecita del pequeño cuando dijo “Dios lo bendiga” lo indujeron a guardar el papel en el bolsillo.
Unas horas más tarde, mientras rebuscaba dinero en sus bolsillos, encontró el folleto, vio la dirección y esa noche fue a la Iglesia Bautista de la Evangelización Mundial, “un día de semana, entre el 20 y el 25 de julio” de 2010, evocó al asociar el evento con las vísperas del día de la celebración de la independencia del Perú.
Desde hace años y aún hoy esta congregación utiliza para la evangelización material para el crecimiento cristiano provisto por Cruzada a Cada Hogar, una organización que provee lecturas cristianas para distribuir puerta a puerta, en cárceles y colegios.
Con más de 76 millones de folletos de evangelización distribuidos en sus 56 años de vida y más de 500 mil decisiones de fe en Jesucristo informadas desde sus comienzos en enero de 1958, la Cruzada a Cada Hogar es un referente para analizar la marcha de la evangelización en la Argentina.
Habían pasado dos horas entre que recibió el folleto y alrededor de las 19.00 fue al templo a unas cuatro cuadras de la plaza donde paraba.
“Estaba todo sucio. Las que me recibieron fueron dos hermanas, les conté cómo había ido y me dieron ropa para cambiarme en el baño”, explicó este hombre Una de esas mujeres, Rut, hoy es su esposa.
“Comencé a estar ahí, porque era la última oportunidad que Dios me daba”, reconoció este peruano quien podía beber hasta cuatro litros de alcohol en un día, capaz hasta de ingerir perfume o mezclar nafta con agua para saciar su deseo de alcohol, consciente de que el resultado de su sinrazón sería “un dolor de cabeza insoportable el día siguiente”.
Esa noche de invierno, antes de la iglesia, Giovanni había terminado en la plaza su rutina cartonera diurna por las calles de Constitución con la satisfacción de comprarse un plato barato de comida peruana con caldo, sopa de fideos y un arroz con pollo y beber vino hasta quedarse dormido.
Cuando despertó, empezó a tantear sus bolsillos y se encontró con el folleto que le había entregado el niño, de nombre Franco, según se enteró después.
“Tuve mis caídas”, reconoció tres años y medio después del comienzo de su nuevo camino. El alcohol no libera a sus prisioneros así porque sí.
Una vez le dijo al pastor de su iglesia: “No quiero faltarle el respeto a Dios porque sigo tomando, yo quisiera que me consiguiera un centro cristiano para poder hacer la abstinencia”.
Así fue que entró a la granja “Encuentro con Dios” en la ciudad de Morón, en el oeste del Gran Buenos Aires. Ahí estuvo dos meses luchando contra ese temblor que lo sacudía y no le permitía ni conservar un vaso de agua en las manos sin volcarlo.
Sin embargo, la noticia de que su madre estaba internada en un hospital lo alejó del centro de recuperación y lo llevó de nuevo a Buenos Aires para acompañarla hasta el día de su muerte.
En la iglesia de Constitución continuó con su lucha, ayudado por los asistentes de la congregación. “Iba borracho a la iglesia, porque quería cambiar, pero estaba avergonzado. Le dije al pastor que no quería burlarme, pero la carne sequía y el cuerpo me temblaba; necesitaba una caja de vino diaria para poder estabilizar el cuerpo”.
Pero llegó el día en que “el Señor disciplinó” su cuerpo y el vino quedó definitivamente en su pasado. Y para certificar la rigurosidad de su cambio aseguró que sus hermanos ahora confían en él: “los que antes no me querían ni recibir ahora me traen sus hijos para que los cuide”.
“Como yo siempre le digo a la gente: hay cosas que Dios no puede hacer, pero para eso están los folletos, que si uno los recibe de corazón y hace lo que dice ahí es una gran ayuda. Eso lo utilizó Dios para cambiar mi vida”, sostuvo.
“Lo único (malo) que hice fue no guardarlo (el folleto), no como un Dios, para adorarlo”, aclaró.
Lo que sí quedó bien evidente de su primer contacto con una iglesia fue “ese nenito, lo veo y lo trato con cariño, porque por intermedio de ese chiquito cambió mi vida, Dios lo mandó a él.”
“Dicen que cuando uno está bien, la bendición son las responsabilidades”, afirmó, y enumeró los servicios que presta en su congregación: dirige la célula de varones, la alabanza una vez por mes, la reunión de los miércoles cada 15 días, “esporádicamente el tiempo de evangelismo” y es responsable de “orar una vez por mes” en la iglesia madre que está en la ciudad de Luján, en la provincia de Buenos Aires, y que pastorea Jorge Ovando.
Por supuesto, reparte folletos similares al que un día lo ayudó a descubrir un Dios capaz de sanar la borrachera y devolverle la dignidad.
“Estoy encargado de ese ministerio los días jueves, repartimos por (la calle) Cochabamba bajo el puente y por el hospital para niños Garrahan hasta (las calles) San José y Constitución”, detalló.
En el Instituto Canzion realiza un curso sobre “la verdadera adoración a Dios” porque le gusta la percusión; además trabaja en un Centro de Primera Infancia (CPI) para “nenes de 1 a 5 años”, donde es “el único varón”, encargado de mantenimiento, la limpieza, bajar la olla del fuego y hasta jugar con los niños cuando hace falta.
¿Y los compañeros de desventura? “El Señor me manda que los evangelice cuando les llevo la comida; oro al Señor que la misericordia que me alcanzó a mí los alcance a ellos también”, respondió, al describir las noches de los jueves cuando junto a un grupo de miembros de la iglesia coreana Chunan distribuye 120 bandejitas de alimentos en el barrio porteño de San Cristóbal.
Algunos ex compañeros de desgracia, como Argentino y Jesús, también entregaron sus vidas a Cristo. Giovanni sabe que él puede ayudarlos a salir del túnel que él también recorrió durante dos décadas y que empezó a los 19 años, en Perú, cuando salió de la Marina y su madre se fue al extranjero. Y sabe también que un folleto puede hacer la diferencia, aún entregado en un momento de embriaguez.
“A todos los que están borrachos se nos olvida lo que nos dicen, pero viendo el folleto sabemos a dónde ir, porque cuando la persona vuelve en sí y ve el folleto lee”, concluyó, al resumir en pocas palabras su propia experiencia.
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